Paul W. S. Anderson no se hizo demasiados problemas con la adaptación de esta novela clásica, que ya ha tenido una gran cantidad de versiones en el cine. Se inclinó por escenas de acción a granel y un tratamiento superficial y esquemático de los personajes, que sin duda son mucho más ricos de lo que se puede ver en la pantalla. Pero el director no intenta otra cosa que entretener al público y es por eso que apuesta fuertemente a la acción y a los impactos visuales. Desde este punto de vista logra ampliamente su cometido, ya que las casi dos horas de proyección no pesan sobre el espectador; y el tratamiento visual de la película resulta excelente, tanto en el vestuario de época como en la recreación (gran trabajo de los encargados de efectos especiales y de la generación de escenarios virtuales) de los ambientes en los que se desarrolla la narración.
No es una novedad que los recursos electrónicos han permitido superar todo obstáculo a la hora de generar espacios virtuales, pero también hay que reconocer el talento de los escenógrafos para lograr la sensación de realidad que consiguen a lo largo de todo el filme. Y todo esto, para enmarcar adecuadamente las escenas de acción, inteligentemente coreografiadas y realzadas por la cámara lenta, que describen los frecuentes lances a punta de espada que protagonizan los personajes.
Hay que tener en claro que se trata de una versión muy libre de la novela de Dumas. Por lo tanto, no debe sorprender que los personajes tengan actitudes y entrecrucen diálogos que a simple vista resultan anacrónicos; tampoco hay que ir a buscar una nueva mirada sobre un personaje arquetípico como D´Artagnan (a cargo de Logan Lerman, lejos del tamaño dramático del héroe imaginado por Dumas) ni sobre sus tres compañeros de andanzas. Si el espectador puede dejarse llevar por el ritmo de la aventura y el despliegue visual que se le ofrece desde la pantalla (mejor si es en 3D), la diversión y el entretenimiento están asegurados.